viernes, 19 de mayo de 2017





Maurice Béjart

La danse ça se fait à deux, comme l’amour[1].
Maurice Béjart

Este año se celebra el 30 aniversario de la compañía Béjart Ballet Lausanne, creada por el coreógrafo Maurice Béjart, quien me escogió a mis diecisiete años para formar parte de su agrupación. Esta compañía se ha convertido en una de las más prestigiosas del mundo realizando giras mundiales.

El verdadero apellido de Maurice era Berger, pero en homenaje a Molière y a la familia Béjart, adoptó el pseudónimo Béjart. Maurice quería morir en el escenario, como Molière.

Quisiera regresar a los inicios de Maurice Béjart: fue bailarín de la Opéra de Marseille, bajo la dirección del también coreógrafo francés, Roland Petit. Un día, Maurice le pidió a su director enseñarle una de sus coreografías. Tras varias evasivas finalmente Petit acepta. Al concluir la demostración, Petit le dice a Béjart: “Será mejor que te dediques a la danza”. Vemos aquí el frágil comienzo en la coreografía, en donde ni su propio director creyó en él o quizá vislumbró la potencia creadora que llevaba en sí.

Fue en Estocolmo donde crea para la compañía de Brigit Cullberg su primera gran coreografía en 1950, L’Oiseau de feu. Esta fue la primera versión de las otras dos que crearía sobre este mismo ballet.
Maurice regresa a su país y funda en 1953 les Ballet romantiques convirtiéndose enseguida en el Ballet de l’Étoile. Su obra Symphonie pour un homme seul, 1955, sobre la música concreta de Pierre Schaeffer y Pierre Henry atraen la atención sobre Béjart, creando un “choc”. El propio Maurice dice que la coreografió en un estado “médiumnique[2], sin saber verdaderamente qué era lo que hacía.[3]  Béjart afirma que al estar en la compañía de Cullberg le permitió aprender a moverse de diferente manera. Confiesa que él bailaba sus propios ballets porque nadie quería bailarlos. ¡Y pensar que tras unos años hasta Barischnikov, Noureiev y Guillem bailaron sus coreografías!

Como no tenía dinero para rentar un estudio de danza, a Maurice le prestaban el Teatro de l’Étoile, en la noche después de las funciones. No había espejos por lo que no se podía ver, se movía sobre la música y hacía que sus bailarines se movieran sin complejos. De esta forma logró encontrar un estilo “muy diferente”, como él lo llama. Poco a poco logró crear, como él dice: “un género de danza que era a la vez yo y no era yo, era mi cuerpo y no mi cuerpo”.[4]

Maurice Huisman, quien dirigía el Teatro Real de la Moneda, en Bruselas, invitó a Maurice y a su compañía a realizar un ballet sobre La Consagración de la primavera, en 1959. El éxito triunfal dio como fruto el nacimiento del Ballet du XXe siècle en 1960.

Maurice afirma que si algo aportó a la danza de hoy, fue sin duda la construcción de un ballet: “Antes, un ballet era una partitura. Yo también hice. Pero también hice montajes musicales”[5]. Él mismo creó un montaje para Baudelaire; explica que este tipo de montaje musical, yuxtaponiéndose entre 80 y 90 músicas diferentes, nunca había sido realizado antes.  

 “La técnica clásica es una manera de expresar su ser, como escribir con una pluma. Con esa misma pluma puede usted escribir Joyce como Ronsard. La técnica clásica es un medio a veces incompleto, pero ella da una base sobre la cual todo el mundo se apoya, regresa y que podemos desarrollar con lo que nos es propio”.[6]

Con esa aseveración vemos cómo él se servía de la técnica de la danza clásica para desarrollar su propio lenguaje coreográfico. No reniega las puntas, pero hace algunas veces que sus bailarines bailen descalzos, tampoco descalifica las cinco posiciones del ballet clásico. Él forja sus invenciones personales sobre el vocabulario de base de la danza clásica. Él consideraba que la única ley de la creación artística es la coerción.[7]

Maurice Béjart no sólo fue un bailarín y coreógrafo, sino un filósofo, escritor y metteur en scène. Entre sus obras literarias están : Matilde (1962), L’autre chant de la danse (1974), Un instant dans la vie d’autrui (1979), La mort subite (1991).

Su padre fue un filósofo de la cultura alemana, traductor de Husserl e hizo su tesis sobre él; le hizo leer Fausto a la edad de 10 años. Maurice, en su infancia, leyó poesía francesa como la de Baudelaire, Ronsard, Mallarmé, Hugo, entre otros. En su edad adulta leía un libro por noche. La gente le preguntaba por qué leía tanto, si no le servía de nada, a lo que él respondía que para crear un ballet había que nutrirse abundantemente.[8]

Su amplia cultura se ve reflejada en sus ballets. Todos ellos tienen como base un tema, una novela, una filosofía, una religión, etc. Sus obras pueden tener implicaciones musicales y/o literarias. Entre sus creaciones coreográficas basadas en la literatura están: Baudelaire, Molière, Dionysos (de Nietzche), Pétrarque, Golestan. Pero también creó obras donde a través de momentos de danza pura se desliza una temática literaria, como en La Mort subite. Obras como La Consagración de la primera, Le Boléro y La Novena Sinfonía son puramente musicales, sin vestuarios ni escenografías, ni historias. Sin embargo, nunca creó ballet ligados a personas, ya que para él, era difícil hacer entrar la danza a una biografía.

Su gusto pronunciado por el cosmopolitismo cultural lo llevaron a explorar coreográficamente el Oriente: Bkati (1968), Golestan (1973), Kabuki (9186). La música del siglo XX inerva numerosas coreografías: Opus V, de Webern (1966), Stimmung, de Stockhausen (1972), Le Marteau sans maître, de Boulez (1973), Ballade de la rue Atina, de Hadjidakis (1984). El universo musical de Béjart no tenía barreras ni fronteras. Creó sobre piezas barrocas de Barroco Bel Canto (1997), Mozart con Tod in Wien (1991), Wagner con Ring um den Ring (1990) y con Queen en Le Presbytère (1997).

Conversar con él era como hablar con una enciclopedia, se interesaba en todas las culturas, hasta en la nuestra, la mexicana. En su oficina en Lausanne, tenía como único objeto decorativo un árbol de la vida mexicana. Siempre me lo volvía a enseñar muy orgulloso cada vez que yo entraba a su buró. En el resto de la oficina había solamente un escritorio, dos sillas y numerosos libros sobre el suelo. Guardaba su árbol ahí, preciosamente, donde pasaba mucho tiempo oyendo músicas, pensando, creando, además de estar horas en los salones de edificio, trabajando con nosotros, sus bailarines, situado en el Chemin du Presbytère, en Lausanne.

Maurice no creaba un ballet por año, sino alrededor de cuatro obras coreográficas. Terminaba una creación para irse a la siguiente; estaba siempre en búsqueda de nuevas ideas, pasos, músicas… Una búsqueda incesante de creación.

Béjart supo llevar la danza a las multitudes que jamás habrían asistido a un teatro, pero también supo montar sus ballets en teatros a la italiana y recintos habituados a la danza.

Béjart era un coreógrafo a la escucha del intérprete, decía que si un bailarín no realizaba lo que él le había pedido después de tres intentos, entonces era su culpa como coreógrafo y debía cambiar los movimientos. Sin embargo, si Maurice veía que el bailarín tenía el potencial y la capacidad para realizar tal paso o tal movimiento entonces lo dejaba que lo ensayara hasta que le saliera.



Maurice detestaba que sus bailarines le llamaran “Béjart”, en signo de respeto. Para todos sus intérpretes, él era “Maurice”. Le gustaba sentirse cercano a su agrupación, éramos su familia y nosotros pasábamos más tiempo con él que con nuestras verdaderas familias. Fueron horas diarias con él tomando clase, ensayando, creando sobre nosotros, en desayunos en hoteles, camerinos, escenarios, recepciones, embajadas, aviones, trenes, camiones, etc. él era parte de nuestras vidas, como nosotros éramos de la suya.

Béjart era un ser sencillo; lo caracterizaba su bufanda roja que siempre vestía en los estrenos con pantalones y blusa negra. En una de las numerosas giras a Asía, Maurice estaba en primera clase mientras que el resto de la agrupación en clase económica. Maurice se sintió aislado del grupo, sólo con ese lujo con el que no se sentía a gusto. Pidió que lo cambiarán de clase para estar con el resto de la agrupación y uno de los bailarines se fue a ocupar su asiento en primera clase. Este es uno de los claros ejemplos en los que noté la sencillez y calidez humana de Béjart. Los lazos que creaba con sus intérpretes eran muy fuertes, se interesaba en todos, sabía nuestras vidas, conocía nuestras alegrías y desilusiones; buscaba que todos fuéramos felices en su agrupación, y creó que lo logró.

Los ensayos de la creación de lo que sería su último ballet Le Tour du monde en 80 minutes apenas empezaban cuando Béjart fue hospitalizado. Maurice Béjart falleció el 22 de noviembre del 2007 en Lausana, Suiza. Algunas de sus obras siguen presentándose internacionalmente interpretadas por el Béjart Ballet Lausanne, por el Ballet de la Ópera National de Paris, el Tokyo Ballet, entre otras compañías. Sin duda alguna, Maurice fue un precursor de la danza y un parteaguas para muchos otros coreógrafos.




Bibliografía revisada

Díaz, Luisa, Escenas de una bailarina, material registrado en la Oficina de Derechos de Autor.

Béjart, Maurice, Masson, C., Mannoni, G, Maurice Béjart par Maurice Béjart, Editions Plume, 1995, París.

Béjart Maurice, Masson, Collette, La danse vue par Maurice Béjart et Colette Masson, Éditions Hugo et Cie., París, 2007, p. 62.






[1] Traducción: la danza se hace entre dos, como el amor.
[2] De médium: persona que se le atribuyen facultades paranormales y que es mediadora en fenómenos parapsicológicos.
[3] Cfr.. Béjart, Maurice, Masson, C., Mannoni, G, Maurice Béjart par Maurice Béjart, Editions Plume, 1995, París, p. 124.
[4] Ibidem. ,p. 125.
[5] Ibidem., p. 124.
[6] Béjart Maurice, Masson, Collette, La danse vue par Maurice Béjart et Colette Masson, Éditions Hugo et Cie., París, 2007, p. 62.
[7] Del francés: contrainte. Ibidem., p. 24.
[8] Op. cit., Béjart, Maurice Béjart vu par Maurice Béjart… p. 138.

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