Crónica
de una creación
Pocas
horas quedan para ver en vida aquello en lo que he puesto alma y corazón en
estos últimos meses, mi obra La Bella y
la Bestia. 
Mi
ballet lleva la firma de la pasión por la danza, por ese arte coreográfico que
me transmitió Maurice Béjart. Tras más de una década de ser intérprete de ideas
suyas, esta vez me toca estar del otro lado del escenario, al lado de Maurice,
en las butacas dirigiendo a mis bailarines.
La
consiga fue hacer un ballet en donde todos bailaran, los sesenta y cinco
estudiantes de la Licenciatura en Danza Clásica, de los grados primero a
quinto, en una obra de 45 minutos aproximadamente. “¡Sesenta y cinco
estudiantes!”, me dije yo. Pedí verlos en clase para conocerlos. Poco a poco
fui viendo sus fortalezas y debilidades. 
La
idea de crear La Bella y la Bestia fue
casi inmediata, me sumergí en la novela de Madame de Villeneuve, y en pocas
horas devoré el libro. Tras la maestría en Creación Literaria aprendí a leer
muy rápido, mis compañeros me decían que leía las novelas como “alma que lleva
el diablo”, y es que compaginar mis otras actividades y leer cerca de cinco
novelas por semana no fue fácil.
Confieso
que la primera vez que vi los pasos ideados por mi mente sobre los cuerpos de
esos jóvenes talentosos mexicanos, acompañados por la orquesta en vivo, en el
Teatro Flores Canelo, escenario que inauguró mi hermana Ana Lilia, en paz
descanse, con su Pas de Vendageurs,
de Giselle, me quedé sin habla. Era
aquello que tanto había anhelado, que se convertía frente a mí en realidad. Mi
cuerpo se estremeció, lograron llevarme a ese universo ideado por mis
fantasías, en esa escena del Jardín de las Hespérides. Notas y movimientos al
unísono, en el surgimiento de una nueva creación.
Mi
danza vive a través de ellos, me hacen sonreír y reír con sus elocuencias.
Disfruto verlos bailar y transmitirles mis conocimientos. Yo también un día fui
como ellos, yo también fui una niña del Centro Nacional de las Artes y gustosa
yo de regresar donde crecí para crearles un ballet. Era una niña muy traviesa,
recuerdo que me mandaron llamar a mi papá.
—Papá,
necesito que vengas a la escuela —le dije al teléfono.
—¿Para
qué? ¿Perdiste la llave de tu locker? —contestó.
—No,
es otra cosa. Ven por favor —y colgué.
Mi
padre llegó tras una hora mientras estaba yo en la biblioteca realizando el
castigo que me habían asignado. Lo vi entrar a la oficina de la directora de
secundaria, hasta que me mandaron llamar.
—¿Por
qué lo hiciste? —me preguntó mi papá.
—¡Porque
así soy yo, Luisa Díaz, traviesa y qué!
No
me ha tocado que me pongan agua en mi silla, quizá porque siempre estoy de pie,
lista para marcarles en caso de que se les olvide o para darles correcciones sobre
mi cuerpo. He disfrutado cada escena que creé sobre y para ellos. En un mes el
ballet estaba listo, pero no de 45 minutos, sino de una hora y quince minutos.
Me dejé llevar por mi inspiración y cuando menos vi me había pasado del tiempo
asignado.
Agradezco
infinitamente al director Rodolfo Hechavarría por la invitación y a mi equipo
creativo: a los compositores Héctor Jiménez, Israel Torres, Paty Moya por
ajustar sus músicas según lo que les pedía y por ponerse a escribir sus
composiciones para mí; al grupo The Skonekt y Omar Sánchez por prestarme sus
músicas; al director de orquesta David Rocha por guiar a tus músicos con gran
pasión; a los artistas plásticos Mathilde y Henri Mallard por tantas horas de
complicidad y colaboración; a los alumnos bailarines por darle vida a mis ideas
y darme tantas satisfacciones al verlos cada día mejor; al maestro José Rodríguez
y a la maestra Claudia Galicia por ayudarme a coordinar los ensayos, apoyarme diariamente
y ayudarme en esa segunda semana de vacaciones con todos los niños y a las
alumnas de docencia; al director técnico, el ingeniero Arturo Padilla, y su
equipo técnico; a los iluminadores y técnicos de sonido y audio; a Alex Campero
por ayudarme a crear los efectos de sonido; a los maestros de la Escuela
Nacional de Danza Clásica y Contemporánea por ayudarme a ensayar a los alumnos;
a Maricruz Pérez, al Lic. Francisco Gómez, a Ana López; a la Escuela Nacional
de Música; a todo el personal del CNA y producción del INBA; a  las vestuaristas de la tienda de ballet Ithalu
por realizar los 160 vestuarios; a la diseñadora textil Alejandra Luna por
pintar bellamente los vestuarios de las furias y la Bestia; a Mayra Flores por
crear los tocados de los 65 bailarines; a la prensa del Universal por seguirme
de cerca; a los padres de familia que apoyan a sus hijos en su arte; y a mi
Luisito querido por estar ahí conmigo siendo el reloj de mi vida y partícipe de
mi creación.
Estos
últimos días han sido llenos de alegrías e intenso trabajo, he reído, llorado
de emoción y también de cansancio. He disfrutado cada segundo de todo esto. Ahora
sólo me queda esperar ese gran estreno.
¡Gracias
a todos los que hacen posible que este sueño nuestro se haga realidad! 
Obra de la artista plástica Matilde Mallard.
Mi hermana Ana Lilia Díaz, en Pas de vendage, en la inauguración del Teatro Raúl Flores Canelo.



