Maurice
Béjart
La danse ça se fait à deux, comme l’amour. 
Maurice Béjart
Este
año se celebra el 30 aniversario de la compañía Béjart Ballet Lausanne, creada
por el coreógrafo Maurice Béjart, quien me escogió a mis diecisiete años para
formar parte de su agrupación. Esta compañía se ha convertido en una de las más
prestigiosas del mundo realizando giras mundiales.
El
verdadero apellido de Maurice era Berger, pero en homenaje a Molière y a la familia
Béjart, adoptó el pseudónimo Béjart. Maurice quería morir en el escenario, como
Molière.
Quisiera
regresar a los inicios de Maurice Béjart: fue bailarín de la Opéra de
Marseille, bajo la dirección del también coreógrafo francés, Roland Petit. Un
día, Maurice le pidió a su director enseñarle una de sus coreografías. Tras varias
evasivas finalmente Petit acepta. Al concluir la demostración, Petit le dice a
Béjart: “Será mejor que te dediques a la danza”. Vemos aquí el frágil comienzo
en la coreografía, en donde ni su propio director creyó en él o quizá vislumbró
la potencia creadora que llevaba en sí.
Fue
en Estocolmo donde crea para la compañía de Brigit Cullberg su primera gran
coreografía en 1950, L’Oiseau de feu.
Esta fue la primera versión de las otras dos que crearía sobre este mismo
ballet. 
Maurice
regresa a su país y funda en 1953 les Ballet romantiques convirtiéndose
enseguida en el Ballet de l’Étoile. Su obra Symphonie
pour un homme seul, 1955, sobre la música concreta de Pierre Schaeffer y
Pierre Henry atraen la atención sobre Béjart, creando un “choc”. El propio
Maurice dice que la coreografió en un estado “médiumnique”, sin saber verdaderamente
qué era lo que hacía.  Béjart afirma que al estar en la compañía de
Cullberg le permitió aprender a moverse de diferente manera. Confiesa que él
bailaba sus propios ballets porque nadie quería bailarlos. ¡Y pensar que tras
unos años hasta Barischnikov, Noureiev y Guillem bailaron sus coreografías! 
Como
no tenía dinero para rentar un estudio de danza, a Maurice le prestaban el
Teatro de l’Étoile, en la noche después de las funciones. No había espejos por
lo que no se podía ver, se movía sobre la música y hacía que sus bailarines se
movieran sin complejos. De esta forma logró encontrar un estilo “muy
diferente”, como él lo llama. Poco a poco logró crear, como él dice: “un género
de danza que era a la vez yo y no era yo, era mi cuerpo y no mi cuerpo”.
Maurice
Huisman, quien dirigía el Teatro Real de la Moneda, en Bruselas, invitó a
Maurice y a su compañía a realizar un ballet sobre La Consagración de la primavera, en 1959. El éxito triunfal dio
como fruto el nacimiento del Ballet du XXe siècle en 1960.
Maurice
afirma que si algo aportó a la danza de hoy, fue sin duda la construcción de un
ballet: “Antes, un ballet era una partitura. Yo también hice. Pero también hice
montajes musicales”.
Él mismo creó un montaje para Baudelaire;
explica que este tipo de montaje musical, yuxtaponiéndose entre 80 y 90
músicas diferentes, nunca había sido realizado antes.   
 “La técnica clásica es una manera de expresar
su ser, como escribir con una pluma. Con esa misma pluma puede usted escribir
Joyce como Ronsard. La técnica clásica es un medio a veces incompleto, pero
ella da una base sobre la cual todo el mundo se apoya, regresa y que podemos
desarrollar con lo que nos es propio”.  
Con
esa aseveración vemos cómo él se servía de la técnica de la danza clásica para
desarrollar su propio lenguaje coreográfico. No reniega las puntas, pero hace
algunas veces que sus bailarines bailen descalzos, tampoco descalifica las
cinco posiciones del ballet clásico. Él forja sus invenciones personales sobre
el vocabulario de base de la danza clásica. Él consideraba que la única ley de
la creación artística es la coerción.
Maurice
Béjart no sólo fue un bailarín y coreógrafo, sino un filósofo, escritor y metteur en scène. Entre sus obras literarias están : Matilde (1962), L’autre chant de la danse (1974), Un instant dans la vie d’autrui (1979), La mort subite (1991).
Su
padre fue un filósofo de la cultura alemana, traductor de Husserl e hizo su
tesis sobre él; le hizo leer Fausto a
la edad de 10 años. Maurice, en su infancia, leyó poesía francesa como la de
Baudelaire, Ronsard, Mallarmé, Hugo, entre otros. En su edad adulta leía un
libro por noche. La gente le preguntaba por qué leía tanto, si no le servía de
nada, a lo que él respondía que para crear un ballet había que nutrirse
abundantemente.
Su
amplia cultura se ve reflejada en sus ballets. Todos ellos tienen como base un
tema, una novela, una filosofía, una religión, etc. Sus obras pueden tener
implicaciones musicales y/o literarias. Entre sus creaciones coreográficas basadas
en la literatura están: Baudelaire, Molière, Dionysos (de Nietzche), Pétrarque,
Golestan. Pero también creó obras
donde a través de momentos de danza pura se desliza una temática literaria,
como en La Mort subite. Obras como La Consagración de la primera, Le Boléro y
La Novena Sinfonía son puramente
musicales, sin vestuarios ni escenografías, ni historias. Sin embargo, nunca
creó ballet ligados a personas, ya que para él, era difícil hacer entrar la
danza a una biografía. 
Su
gusto pronunciado por el cosmopolitismo cultural lo llevaron a explorar coreográficamente
el Oriente: Bkati (1968), Golestan (1973), Kabuki (9186). La música del siglo XX inerva numerosas
coreografías: Opus V, de Webern (1966), Stimmung, de Stockhausen (1972), Le Marteau sans maître, de Boulez
(1973), Ballade de la rue Atina, de
Hadjidakis (1984). El universo musical de Béjart no tenía barreras ni
fronteras. Creó sobre piezas barrocas de Barroco
Bel Canto (1997), Mozart con Tod in
Wien (1991), Wagner con Ring um den
Ring (1990) y con Queen en Le
Presbytère (1997).
Conversar
con él era como hablar con una enciclopedia, se interesaba en todas las
culturas, hasta en la nuestra, la mexicana. En su oficina en Lausanne, tenía como único objeto
decorativo un árbol de la vida mexicana. Siempre me lo volvía a enseñar muy
orgulloso cada vez que yo entraba a su buró. En el resto de la oficina había
solamente un escritorio, dos sillas y numerosos libros sobre el suelo. Guardaba
su árbol ahí, preciosamente, donde pasaba mucho tiempo oyendo músicas,
pensando, creando, además de estar horas en los salones de edificio, trabajando
con nosotros, sus bailarines, situado en el Chemin du Presbytère, en Lausanne. 
Maurice
no creaba un ballet por año, sino alrededor de cuatro obras coreográficas.
Terminaba una creación para irse a la siguiente; estaba siempre en búsqueda de
nuevas ideas, pasos, músicas… Una búsqueda incesante de creación.
Béjart
supo llevar la danza a las multitudes que jamás habrían asistido a un teatro,
pero también supo montar sus ballets en teatros a la italiana y recintos
habituados a la danza. 
Béjart
era un coreógrafo a la escucha del intérprete, decía que si un bailarín no
realizaba lo que él le había pedido después de tres intentos, entonces era su
culpa como coreógrafo y debía cambiar los movimientos. Sin embargo, si Maurice
veía que el bailarín tenía el potencial y la capacidad para realizar tal paso o
tal movimiento entonces lo dejaba que lo ensayara hasta que le saliera. 
Maurice
detestaba que sus bailarines le llamaran “Béjart”, en signo de respeto. Para
todos sus intérpretes, él era “Maurice”. Le gustaba sentirse cercano a su
agrupación, éramos su familia y nosotros pasábamos más tiempo con él que con
nuestras verdaderas familias. Fueron horas diarias con él tomando clase,
ensayando, creando sobre nosotros, en desayunos en hoteles, camerinos,
escenarios, recepciones, embajadas, aviones, trenes, camiones, etc. él era
parte de nuestras vidas, como nosotros éramos de la suya. 
Béjart
era un ser sencillo; lo caracterizaba su bufanda roja que siempre vestía en los
estrenos con pantalones y blusa negra. En una de las numerosas giras a Asía,
Maurice estaba en primera clase mientras que el resto de la agrupación en clase
económica. Maurice se sintió aislado del grupo, sólo con ese lujo con el que no
se sentía a gusto. Pidió que lo cambiarán de clase para estar con el resto de
la agrupación y uno de los bailarines se fue a ocupar su asiento en primera
clase. Este es uno de los claros ejemplos en los que noté la sencillez y
calidez humana de Béjart. Los lazos que creaba con sus intérpretes eran muy
fuertes, se interesaba en todos, sabía nuestras vidas, conocía nuestras
alegrías y desilusiones; buscaba que todos fuéramos felices en su agrupación, y
creó que lo logró. 
Los
ensayos de la creación de lo que sería su último ballet Le Tour du monde en 80 minutes apenas empezaban cuando Béjart fue
hospitalizado. Maurice Béjart falleció el 22 de noviembre del 2007 en Lausana,
Suiza. Algunas de sus obras siguen presentándose internacionalmente
interpretadas por el Béjart Ballet Lausanne, por el Ballet de la Ópera National
de Paris, el Tokyo Ballet, entre otras compañías. Sin duda alguna, Maurice fue
un precursor de la danza y un parteaguas para muchos otros coreógrafos. 
Bibliografía revisada
Díaz, Luisa, Escenas de una bailarina, material registrado en la Oficina de Derechos de Autor.
Béjart, Maurice, Masson, C., Mannoni,
G, Maurice Béjart par Maurice Béjart, Editions Plume, 1995, París.